Los factores sociales y ambientales tienen un impacto significativo en el bienestar psicológico de las personas. El entorno familiar, las condiciones de trabajo, el acceso a la educación y la seguridad en la comunidad influyen en la forma en que enfrentamos el estrés y en nuestra vulnerabilidad a desarrollar trastornos mentales. Situaciones de violencia, discriminación, pobreza o falta de apoyo social aumentan el riesgo de sufrir dificultades emocionales.
Asimismo, el contexto cultural y las redes de apoyo cumplen un rol protector fundamental. Contar con vínculos afectivos sólidos, un ambiente seguro y recursos comunitarios adecuados favorece la resiliencia y la capacidad de afrontar adversidades. Las relaciones sociales saludables y el sentido de pertenencia son elementos que fortalecen la autoestima y ayudan a mantener el equilibrio emocional.
Por ello, el abordaje de la salud mental no puede centrarse únicamente en lo individual, sino que requiere considerar los determinantes sociales y ambientales. Promover políticas públicas inclusivas, garantizar el acceso equitativo a los servicios de salud y fomentar comunidades más solidarias son pasos clave para crear un entorno que favorezca la prevención y el cuidado integral de la salud mental.