El trauma psicológico surge cuando una persona vive experiencias extremas que superan su capacidad de afrontamiento, como accidentes, violencia, abuso o desastres naturales. Estas vivencias pueden dejar una huella emocional profunda, generando síntomas como recuerdos intrusivos, pesadillas, hipervigilancia o dificultad para confiar en los demás. El trauma no solo afecta la mente, sino también el cuerpo, ya que activa respuestas de alarma que pueden mantenerse incluso después de que el peligro haya pasado.
El estrés, por su parte, es una reacción normal frente a demandas de la vida diaria, pero cuando se vuelve crónico puede afectar la salud física y mental. El estrés prolongado puede manifestarse con cansancio, irritabilidad, problemas de sueño, dificultades de concentración o síntomas físicos como dolores de cabeza y problemas digestivos. En este sentido, el estrés y el trauma comparten un eje común: ambos impactan el sistema nervioso y pueden alterar el bienestar si no se abordan adecuadamente.
El tratamiento del trauma y el manejo del estrés requieren un enfoque integral. La psicoterapia, las técnicas de regulación emocional, el autocuidado y, en algunos casos, el acompañamiento psiquiátrico con medicación pueden marcar una gran diferencia. Reconocer el impacto del trauma y del estrés, y buscar ayuda a tiempo, no es señal de debilidad, sino un acto de cuidado personal que abre la puerta a la recuperación y la resiliencia.